TAYACÁN DE MANDATARIOS
POR WILFREDO DÍAZ ARRAZOLA
Va el campesino delante de sus bueyes: el Tayacán, batallador de muchas labranzas,
con el cuerpo sesgado mirando, intermitente, hacia atrás y hacia delante,
para no dejar de ver a su yunta, que lo sigue, y para que ésta lo vea…siempre,
y nunca torcer la dirección hasta labrar un recto surco, …hasta la otra orilla.
Atentos los bueyes, atento el Tayacán, avanzan a un ritmo íntimamente convenido,
a fuerza de andar juntos y conocerse hasta en sus más tenues gestos y miradas,
el amago con “la puya”, o el pequeño golpe en el yugo o el timón, que innecesario,
se da sólo para reiterar el compromiso de abrir el surco, hasta agotar la jornada.
Y llegarán juntos tirando del arado, hasta la otra orilla, incontables veces,
en una monotonía silenciosa que hacen una sola a la yunta, al tayacán y la tierra.
En cada vuelta un buey posa sus cascos en tierra arada, y el otro en la tierra por abrir,
como uniendo pasado y presente, cosecha vieja y siembra nueva, en armonía vital
que canta al futuro de la semilla, que se entierra mezclada en sudor de honradas manos.
Y los nobles ojos del buey saben que la tierra gris, que hoy ven volteada por arado,
mañana estará verde con el maíz sembrado…
y el Tayacán piensa que un buen esfuerzo producirá buena cosecha.
Llega la siembra y la semilla nace arrullada en el seno de su madre tierra,
y surge la planta cantando con sus hojas agitadas por la lluvia y el viento,
reclamando al suelo sus nutrientes, con el agua llovida atraída con el ruego del campo,
y el sol suma con luz y calor para producir el verde, color de esperanza, hecho clorofila.
Y el Tayacán vuelve, a los días, a solazarse de sus rectos surcos trazados con su yunta,
porque recto ha sido su trabajo, su propósito y su compromiso de sembrar,
aunque no coseche, como dijo Zapata, Tayacán de hombres, sembrador de revoluciones.
El Tayacán también sabe que el buen grano de maíz tiene que morir para dar una planta;
así lo dice el evangelio, porque lo dijo él, Tayacán de cristianos, sembrador de fe.
Y pasan otros tantos días y el Tayacán y la yunta se aprestan a una nueva empresa:
aporcar las plantas ya crecidas, que reclaman esta vez una mano protectora
que fortalezca sus tallos, cubra y defienda sus raíces para lograr un buen fruto.
Y los nobles bueyes pasan sobre el verde maíz, babeando por la rica pastura,
pero sus anchas y silenciosas bocas no toman nada del surco recorrido,
y morirían de pena si el Tayacán pusiera controlador bozal en sus hocicos,
porque Tayacán y yunta se hacen uno para proteger cada mata, cada hijo de la milpa.
Pasado julio, en la siembra de primera, los primeros elotes asados…y tamales,
pasado agosto, ya las mazorcas esperando su cosecha, secas al calor del hambre,
y el comal esperando cocer la bendita tortilla, Dios hecho masa de los pobres;
y los bueyes con la cuadrada carreta “que gime sin grasa”, esperando la tusa
de sus mazorcas destusadas, de su cosecha cosechada, con el tayacán y la tierra
Quiero ser Tayacán de mandatarios para guiarlos a la otra orilla de la erosionada patria, la orilla de las demandas postergadas del mandante; de las promesas incumplidas;
del mandante que elige, también en repetidas vueltas de esperanza y frustración,
en la democracia de un día, multicolor fiesta de los vivos que nunca pierden.
Quisiera que el mandatario se hiciera un sólo con su pueblo y nación, cual sembrador,
que abriéramos y sembráramos juntos, surcos de redención, de justicia y de progreso,
que ambos protegiéramos la ilusión sembrada en el generoso corazón de los humildes,
para que nadie robe sus inocentes frutos, ni coseche nunca lo que no ha sembrado.
Un mandatario que queme sus brazos en el ardiente fogón del compromiso pleno
y acrisole sus manos para servir con pureza el pan que alimenta el espíritu del pueblo,
que lo seguirá confiado y valiente, a realizar sueños y nutrir nuevas esperanzas.
Si esto no lograra, que me den un bozal del tamaño de la demagogia,
para cerrar la boca inmensamente voraz y mentirosa del mandatario traidor,
Judas moderno, Midas inverso,
que vende a su pueblo y sus recursos al mejor postor;
y que convierte en pesadillas, sueños,
pero que no se ahorca, pues no tiene conciencia,
y de la que hace “virtud” en su descendencia.