Sistemas agroalimentarios resilientes
- Una mirada global en tiempos de COVID-19.
Autores: MSc. Melina Armijo. Consultora en agronegocios internacionales, cadenas de valor y compradores internacionales
MSc. Fco. Alfredo Reyes. Asistente de investigación del programa de doctorado en sociología rural y agricultura internacional y desarrollo; Penn State University
La pandemia de COVID-19 ha causado una profunda conmoción en nuestras sociedades y economías. Las consecuencias de este evento han puesto en manifiesto las desigualdades estructurales, económicas, sanitarias y de protección social existentes antes de la pandemia, sobre todo, aquellas que están relacionadas con nuestros sistemas agroalimentarios; es decir, la forma en que producimos, transportamos, procesamos y consumimos nuestros alimentos.
A pesar de que la producción de alimentos ha prevalecido como un pilar esencial durante la pandemia, las cadenas agroalimentarias se han visto interrumpidas por una serie de factores como las limitaciones de logística, la caída de la demanda, entre otros. Según estimaciones del Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (CGIAR por sus siglas en inglés), de forma general, en países industrializados las cadenas agroalimentarias han experimentado una baja en la demanda de alimentos. En contraste, en los países del hemisferio sur, las cadenas agroalimentarias dependen de mano de obra para sus operaciones y las medidas de confinamiento han tenido como consecuencia una reducción en los turnos de trabajo y bajas de personal.
Particularmente, el brote del virus y su foco de contagio han establecido un puente entre la salud pública con los sistemas agroalimentarios. Existe evidencia que sugiere que el SARS-CoV-2 es un virus cuyo origen es zoonótico, es decir, es un virus que se encontraba en un animal y logró infectar a los humanos. Inicialmente se pensaba que los murciélagos eran la fuente de origen; pero actualmente, la Organización Mundial de la salud sugiere que lo más probable es que el salto a los humanos se haya dado por una especie animal con la que mantenemos mayor contacto sin especificar una especie en particular. Otro elemento importante sobre la propagación del virus explica que los “mercados mojados” (wet markets) en China, jugaron un rol determinante. Los mercados mojados son establecimientos en los que se vende carne fresca, pescado, y otros productos perecederos. Se les conoce como mojados, por el continuo uso de agua para lavar las instalaciones y han sido clasificados como un foco de infección debido a las reducidas medidas sanitarias y el contacto continuo entre los diferentes productos lo que facilita la transmisión de enfermedades.
Aunque los argumentos presentados anteriormente tienen gran validez, también han servido para invisibilizar los acontecimientos dentro de la industria alimentaria de la cual se espera una mayor responsabilidad con relación a sus trabajadores y las medidas de seguridad alimentaria y de producción. El alto consumo de proteína de origen animal en los países industrializados ha llevado al establecimiento de plantas empacadoras de carne diseñadas para suplir esta demanda. Dentro de estas plantas se ha establecido un sistema de procesamiento que se asemeja a una línea de ensamblaje. Es decir, dentro de un mismo edificio, cientos de trabajadores realizan sus actividades uno muy cerca del otro, en un ambiente húmedo y frío propicio para que la enfermedad se propague.
Para abril de este año, en la planta empacadora de carne de cerdo de Smithfield localizada en Sioux Falls se enfermaron 853 trabajadores y 55% de los casos de COVID-19 en todo el estado de Dakota del Sur, podían ser rastreados a esa planta. De igual forma, en Alemania las empresas procesadoras de carne mantenían líneas de producción en donde el distanciamiento social era imposible. Como resultado la empresa Westfleisch fue cerrada debido 151 de 200 empleados dieron positivo a la prueba de COVID-19. Así mismo, la empresa Tönnies resultó con más de 1,069 de sus 6,500 empleados contagiados. Aunado a esto, los casos de COVID-19 en las plantas empacadoras de carne y los otros ejemplos presentados, también evidencian un proceso de concentración y homogenización en las redes de distribución, es decir, hemos puesto todos los huevos en una sola canasta, y la pandemia nos demostró que esa canasta es muy frágil.
Esto quiere decir que necesitamos soluciones sistémicas y transformadoras para alejarnos de un sistema global de producción de alimentos que se ha enfocado en dietas que necesitan de gran cantidad de recursos para ser producidas. Considerando estos acontecimientos, en los sistemas actuales de producción de alimentos podemos encontrar puntos de mejora a lo largo de todos los eslabones de las diferentes cadenas. Por otro lado, nuestros actuales sistemas agroalimentarios requieren mucho más que reparaciones técnicas o estéticas, es decir, requieren de transformaciones profundas en búsqueda de la creación de sistemas agroalimentarios resilientes.
Estas deficiencias se han vuelto más visibles a consecuencia de la pandemia, lo cual vuelve aún más urgente la necesidad de implementar medidas para transformar los sistemas agroalimentarios. La necesidad de alcanzar resiliencia no es un tema de soluciones inmediatas que respondan a la pandemia, una visión a futuro de resiliencia tiene que incluir prácticas adaptadas al cambio climático. Por ejemplo, el portal “Transformando Sistemas Alimentarios” (https://www.transformingfoodsystems.com) propone cuatro ejes de trabajo para lograr sistemas agroalimentarios resilientes: 1. Reordenar la agricultura y los medios de vida rurales; 2. Minimizar los riesgos en los medios de vida rurales, la agricultura y cadenas agroalimentarias en general; 3. Reducir las emisiones, no solamente a través de los patrones de consumo, sino también de las cadenas de valor; 4. Realinear las políticas y las finanzas de los estados para promover innovación, cambios y movimientos sociales hacia prácticas más sostenibles.
De igual forma, con relación a la búsqueda de sistemas equitativos y justos, de primera mano resaltan otros temas, por ejemplo, la equidad de género y el reconocimiento de la participación de la mujer en la producción; así como la búsqueda de un salario justo que permita que aquellos que producen nuestros alimentos alcancen un nivel de vida que cubra todas sus necesidades básicas y más. Igualmente, una visión de un sistema resiliente debe incluir la producción de una diversidad de alimentos que sean culturalmente apropiados por medio de la utilización de principios agroecológicos para reducir la dependencia de insumos externos. ¿Qué puntos de mejora han quedado al descubierto en nuestros sistemas agroalimentarios?
Esta es una importante reflexión hacia las autoridades del sector agrícola en Honduras y a las instituciones del Sistema de Integración Centroamericana. Estamos claros que Centroamérica está viviendo las consecuencias de la pandemia y este hecho cobra aun mayor importancia si tomamos en cuenta que hemos sido y continuamos siendo una región netamente exportadora de bienes agrícolas al mundo.