Día Mundial de la Alimentación
Un nuevo ímpetu en la transformación de los sistemas agroalimentarios con miras a poner fin al hambre. Por QU Dongyu, Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
En el Día Mundial de la Alimentación de este año nos encontramos en un momento crítico. La pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) sigue planteando un desafío a nivel mundial que provoca pérdidas y sufrimiento incalculables. Los efectos de la crisis climática se ciernen sobre nosotros por doquier. Cultivos que han sido pasto de las llamas. Hogares que han sido arrastrados por las aguas. Vidas y medios de sustento que se han visto sumidos en el caos debido a conflictos y otras emergencias humanitarias. Los desafíos para la seguridad alimentaria mundial no habían sido tan graves en años.
Sin embargo, en medio de todo esto, hay un nuevo ímpetu alentador y se hace acopio de fuerzas a medida que nos esforzamos por replantear la forma en que se producen, almacenan, distribuyen y consumen nuestros alimentos. Hemos comenzado a enfrentar los problemas y hacer las estructuras más adecuadas a los fines previstos.
En la Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios del mes pasado, convocada por el Secretario General de las Naciones Unidas, Sr. António Guterres, se establecieron las líneas generales del modo en que debe avanzar el mundo para transformar los sistemas agroalimentarios.
El lema de clausura de la reunión fue “De vuelta de Nueva York a Roma”, donde tienen su sede la FAO y otros organismos del sistema de las Naciones Unidas dedicados a la alimentación. En la FAO ya nos hemos remangado y nos hemos puesto a trabajar en las tareas prácticas para dirigir la aplicación e impulsar la transformación.
A principios de este mes se celebró con éxito aquí en la capital italiana un revolucionario Foro alimentario mundial, impulsado por la juventud del mundo y representantes de los jóvenes de la FAO y nuestros organismos hermanos, centrado en aprovechar la creatividad y la resiliencia de nuestras generaciones más jóvenes. Ellos son quienes más se juegan. Ellos serán quienes sufran las consecuencias directas de la crisis climática y el mal funcionamiento de los sistemas agroalimentarios. A su vez, los 1 800 millones de jóvenes con edades comprendidas entre los 10 y los 24 años que hay hoy en el mundo, casi el 90 % de los cuales vive en países en desarrollo, ofrecen un potencial ilimitado que es preciso explotar.
Hemos empezado ya a aprovecharlo mediante una concienciación generalizada, soluciones integrales y medidas concretas dirigidas por los jóvenes encaminadas a lograr cambios. Sin duda, los jóvenes no son los únicos que se deben preocupar por que nuestros sistemas agroalimentarios no se adapten al fin previsto y por cómo hacerlos más eficientes, inclusivos, resilientes y sostenibles.
Incluso antes de que la COVID-19 pusiera al descubierto la vulnerabilidad de los sistemas agroalimentarios mundiales, cientos de millones de personas en todo el mundo padecían hambre, y ese número ha aumentado en el último año hasta 811 millones. Pese a que el mundo produce alimentos suficientes para darnos de comer a todos. Esto es inconcebible e inaceptable.
Al mismo tiempo, el 14 % de los alimentos que producimos se pierde y un 17 % se desperdicia. Sumemos a esto otros factores de estrés —como las plagas y enfermedades, los desastres naturales, la pérdida de biodiversidad y destrucción de hábitats y los conflictos— y podrán apreciar la magnitud del desafío que afrontamos a fin de cubrir las crecientes necesidades de alimentos del mundo y reducir simultáneamente los efectos ambientales y climáticos de nuestros sistemas agroalimentarios.
La FAO, como principal organismo que se ocupa de la alimentación y la agricultura, ha elaborado un conjunto de instrumentos que estamos seguros de que nos permitirán lograr efectos en muchos de estos complejos problemas sistémicos.
Tenemos una idea clara de nuestra meta, enmarcada en los objetivos de una mejor producción, una mejor nutrición, un mejor medio ambiente y una vida mejor. Y nuestra labor es respaldada por el nuevo Marco estratégico para los próximos 10 años (2022-2031) que define los insumos y las medidas concretos necesarios para hacer realidad las cuatro mejoras sin dejar a nadie atrás.
La FAO calcula que es necesario invertir anualmente entre 40 000 y 50 000 millones de USD en intervenciones específicas para acabar con el hambre de aquí a 2030. Hay muchos proyectos de bajo costo y grandes repercusiones que pueden ayudar a centenares de millones de personas a cubrir mejor sus necesidades alimentarias.
Por ejemplo, iniciativas de investigación y desarrollo para hallar soluciones más avanzadas tecnológicamente en el sector de la agricultura, la innovación en la agricultura digital y la mejora de las tasas de alfabetización de las mujeres pueden contribuir en gran medida a reducir el hambre. Pero también hay otros elementos esenciales, como la mejora de los datos, la gobernanza y las instituciones, que deben añadirse a la ecuación.
Además, nuestro planteamiento solo puede ser eficaz si se basa firmemente en la colaboración con los gobiernos y otros asociados clave, a medida que forjan sus propias vías nacionales hacia la transformación en consonancia con sus condiciones y necesidades específicas.
También tenemos que darnos cuenta de que los científicos y burócratas e incluso los productores y distribuidores de alimentos nunca podrán lograr por sí solos estos cambios que se necesitan urgentemente. La transformación puede y debe comenzar con la adopción de medidas pragmáticas y concretas por los consumidores ordinarios y con las decisiones que tomamos. Las decisiones que tomamos cada día sobre qué alimentos consumimos, dónde los compramos, cómo están envasados o cuánta comida tiramos, repercuten en nuestros sistemas agroalimentarios y en el futuro de este planeta.
Todos nosotros tenemos el potencial para ser héroes de la alimentación. Nuestras acciones son nuestro futuro. El proceso de transformación de nuestros sistemas agroalimentarios, y la consecución de efectos en relación con el hambre en el mundo, las dietas saludables, el daño medioambiental y el desperdicio, empieza contigo y conmigo.
Pero no termina con nosotros. Como reza el antiguo adagio: “Somos lo que comemos”. Es igualmente cierto que la forma en que nuestros hijos y nietos se desarrollen también se verá influenciada por lo que comemos. Está en nuestras manos preservar la esperanza. Aprendamos juntos, trabajemos juntos, contribuyamos juntos.